Las series británicas siempre han sido sinónimo de calidad. Incluso hoy en día, en la era del streaming, las producciones que llegan desde el Reino Unido tienen el suficiente talento como para destacar. Hablamos de series como The Crown, la joya de la corona de Netflix, o Derry Girls, una de las comedias más divertidas de los últimos tiempos. Tampoco nos olvidamos de otras series como Sex Education, Black Mirror o Sherlock, que han marcado un sendero de calidad en sus respectivos géneros. Producidas por HBO, Netflix o la propia BBC, Reino Unido ha demostrado ser una verdadera potencia en cuanto a las series, incluso en temas controvertidos, como la prostitución. La manera en la que se muestra este oficio en la producción Secret Diary of a Call Girl sigue llamando la atención a día de hoy, una década después de su final.

Y es que en los momentos en los que esta serie apareció en las pantallas británicas, el sexo no era un tema tan  habitual en la televisión. Salvo por algunas series de cable, sobre todo lanzadas por HBO, el sexo de pago solo aparecía en los seriales policiacos, como sinónimo de crimen. Sin embargo, a mediados de la década de 2000, la productora y guionista Lucy Prebble decidió presentar una idea diferente a las cadenas. Se centraba en Hannah, una joven londinense exitosa, atractiva e inteligente, que se dedicaba a un trabajo muy especial por las noches: era escort de lujo. Bajo el nombre de Belle de Jour, Hannah realizaba todo tipo de servicios sexuales a cambio de pagos importantes. La manera en la que la joven debía cargar con este trabajo secreto, la forma en la que intentaba combinar su vida normal con su trabajo, son los temas centrales de una serie que provocó mucha polémica en su momento. Tal vez por ello fue un éxito allá donde se emitió.

Una serie capaz de cambiar por completo la historia de la televisión, hasta el punto de conseguir que mucha gente se hiciera fan de un tipo de literatura que, sin lugar a dudas, no era ni mucho menos mainstream hasta su aparición. Juego de Tronos se convirtió no solo en una serie exitosa, sino en todo un fenómeno mundial, a la altura de la saga de Harry Potter, salvando las distancias de edad y estilo entre ellas, claro está. La obra de George R.R. Martin, comparada constantemente con El Señor de los Anillos, era bastante conocida entre los amantes a la literatura fantástica, pero ni mucho menos había llegado al gran público. Tanto es así que los productores, a la hora de hacer la serie, decidieron cambiar su nombre de Canción de Hielo y Fuego a Juego de Tronos, que sonaba mucho más potente.

El éxito de la serie tal vez no pilló desprevenidos a los jefazos de HBO, que apostaron por ella desde el primer momento dotándola de un presupuesto que era impensable unos pocos años antes en la industria televisiva. La jugada les salió redonda, y Juego de Tronos demostró que se podía hacer una televisión de muchísima calidad, comparable incluso al propio cine. Atrajo audiencias millonarias, relanzó  la saga, todavía inconclusa, de Martin, y creo incluso un fenómeno fan que, junto a otras series y películas actuales, han hecho que lo “friki” ya no sea algo tan mal visto o extraño, sino una nueva forma de entender la cultura popular. Una serie como esta se merecía un final a la altura y, sin embargo, lo que los fans vieron en mayo de 2019 les dejó bastante fríos, ya que no se ajustaba precisamente a lo que esperaban de un producto de esta calidad.

Como adictos a las series a veces tenemos prácticas realmente curiosas. Una de ellas es abrir cualquier plataforma de streaming (Netflix, Amazon Prime Video, HBO…) y reproducir el piloto de una serie al azar sin haber visto ni leído nada acerca de ella. Esto es lo que nos ocurrió con la serie de la que hablaremos hoy: After Life.

Su creador es Ricky Gervais. A él sí que le conocíamos, pues se trata de un humorista americano que siempre ha despertado bastante polémica. Ese era nuestro mayor aliciente a la hora de reproducir la serie. Sin embargo, lo que nos encontramos superó todas nuestras expectativas. Deja que te contemos porqué.

Cuando hablamos de deportistas que han marcado una era, siempre se nos vienen a la cabeza los mismos nombres. Jesse Owens o Carl Lewis en el atletismo, Diego Armando Maradona en el fútbol, Babe Ruth en el beisbol… y por supuesto, Michael Jordan en el baloncesto. El exjugador ha sido una de las mayores estrellas mundiales, convirtiendo a muchos a esa religión que es el basket a finales de los 80 y principios de los 90, cuando la repercusión de este deporte se convirtió en algo increíble a nivel mundial. Jordan es, para muchos, el deportista total, el mejor competidor que jamás haya pisado una cancha, y su talento queda patente en los numerosos vídeos recopilatorios que se pueden encontrar por Internet, donde le vemos volar literalmente para machacar el aro, driblar a los rivales o meterles unos tapones imposibles.

La carrera de Jordan estuvo marcada por el éxito, pero es cierto que su retirada, momentánea y accidentada, fue algo totalmente diferente. Desde el primer momento en que se convirtió en profesional, Jordan jugó para los Chicago Bulls, un equipo que no pasaba precisamente por la mejor situación posible a su llegada en 1984. Cuando llegó, un jovencísimo Jordan aseguró que ganarían el Campeonato con él. Y vaya si lo hicieron. El recorrido de toda su trayectoria, con aquella fallida retirada incluida, lo podemos seguir a través de la espectacular serie documental El último baile, que ha sido recientemente estrenada por la plataforma de streaming Netflix para todo el mundo. En ella vemos toda la evolución de Jordan con los Bulls, y sobre todo, su última temporada, la 97.98, donde el “dream team” del equipo de Chicago se disgregó después de ganar su tercer campeonato consecutivo.